jueves, 29 de abril de 2010

There was a man

Hay un hombre, un hombre que siempre vivió su vida como se suponía que debía hacerlo. Fue a la escuela de leyes como su padre siempre había soñado. Se casó con la mujer que su madre siempre había soñado. Tuvo los hijos que su esposa siempre había soñado. Trabajó como su jefe siempre había soñado que un empleado lo hiciera. Todos los días se levantaba muy temprano para ir a trabajar y ganar el dinero suficiente para pagar la universidad que sus hijos siempre habían soñado. Todos lo respetaban por ser siempre lo que esperaban que fuera; el mejor padre, el mejor empleado, el mejor hijo, el mejor estudiante, el mejor esposo, el mejor hombre. Él vivía para los demás y cada día se entregaba por completo pero, las noches eran sólo suyas; nadie se las podía quitar. Todas y cada una de ellas, se sentaba en su cama, después de asegurarse de que su esposa dormía, y sacaba del cajón una pequeña cajita de madera. La contemplaba por horas y cuando tenía el valor, la abría. Dentro de esa diminuta cajita, el hombre guardaba todos sus sueños, sus anhelos, sus deseos. Y cada noche los dejaba salir para respirar su delicado aroma a libertad, a vida. Todos esos sueños eran sólo suyos y los vivía en su mente una y otra vez. Repasaba cada detalle, viajaba hacía donde su corazón le suplicaba que fuera y vivía la más dulce de las fantasías. Solo en sus sueños podía ser el mismo, volar por los cielos sin ataduras ni cadenas; respirar.


Y entonces se hizo costumbre, y cada noche abría su cajita de madera y se transportaba hacia donde podía ser feliz. Pero cada noche que pasaba, era más difícil cerrar esa cajita. Cada noche se volvía más difícil renunciar a aquellas aventuras que sólo en su imaginación podía vivir. Cada noche se volvía más difícil decirle adiós a ese primer amor que jamás floreció. Cada noche se volvía más difícil enterrar sus ganas de conocer el mar, de aprender a volar un avión, de vivir en el campo. Así pasaron miles de noches, duras batallas entre el hombre y su corazón. Pero hubo una noche, donde el hombre no pudo más, su corazón lo derrotó en la batalla final y no pudo volverse a encerrar en su pequeña prisión de madera. Sus sueños se quedaron en el aire y lo perseguían a donde quiera que fuera; lo atormentaban; lo asechaban todo el tiempo. Sentía que estaba al borde la locura y que ya nada podría ser peor; y entonces, el hombre despertó.

1 comentario:

  1. ¡Vaya! ¿Tu escribiste eso? Es genial... si es así eres una excelente escritora :O props to you.

    Hmm, pero en teoría, o al menos en mi opinión, no tiene nada de malo cumplir las expectativas de los demás, aquéllas existen por algo. Pero lo que sí importa es tu motivación, que es lo que afectó al hombre y lo llevó a sacrificar todo lo que ÉL deseaba. La única razón por la que deberías cumplir las expectativas de otras personas es si éstas coinciden con tus propias expectativas: son tu propio deseo y elección. No porque alguien más lo dijo, quiso, insinuó, o lo que sea.

    E incluso si no son tus expectativas, cuando haces absolutamente todo en tu vida con amor, es inevitable cumplir o incluso sobrepasar las expectativas de muchos; llega por añadidura.

    Saludos!!

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